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A Karen nunca le han gustado las Barbies. Cuando era una niña, mientras sus compañeras de colegio se dedicaban a jugar con muñecas y a cuidar de bebés de plástico, Karen jugaba con sus primos y primas a las escondidas, emprendía batallas épicas con sus cartas Magic y cacharreaba con las llantas de repuesto y los filtros de aire del carro de su papá. El viejo, un maestro de construcción de orígenes boyacenses, siempre disfrutó de los gustos particulares de su hija y de su enorme curiosidad. Según ella, desde muy pequeña se interesó por los carros y por la tecnología, lo que la llevó a construir una relación especial con quien siempre supo satisfacer su sed de conocimiento.

 

Ya en la adolescencia, sin dejar a un lado el cuchicheo con las amigas, la fiesta, el reggae y las interminables conversaciones telefónicas sobre muchachos, Karen pasó del cacharreo con las llantas de repuesto a la reparación y optimización del carro familiar. Su vocación cada vez era más evidente.

 

Cuando cumplió 17 años y se graduó del colegio, Karen tenía claro que quería seguir estudiando y que sus únicas dos opciones eran el diseño gráfico y la mecánica. Como no encontró ningún programa de formación técnica para su primera opción y como la carrera de ingeniería mecánica se salía de sus posibilidades económicas, decidió inscribirse en el SENA para aprender de mecánica.

 

En un principio su decisión trajo polémica a la casa. Mientras su mamá, administradora de una tienda de zapatos, se oponía tajantemente a que Karen fuera mecánica, su padre la apoyaba en su sueño. Según ella, lo que más le preocupaba a su mamá era que la matonearan en el SENA porque estaba segura de que a sus compañeros no les iba a caber en la cabeza que una mujer estudiara una carrera “tan masculina” -todavía menos si era ella, una muchacha bajita de aspecto vulnerable.

 

Afortunadamente para Karen, los vaticinios maternos nunca se cumplieron. Sus casi 300 compañeros, todos hombres a excepción de 4 mujeres, no sólo no la molestaron, sino que la admiraron y apoyaron en su proceso educativo. El pelo pintado de rojo, las uñas esmaltadas y los ojos grandes y delineados siempre fueron más una distinción que una marca. Por otro lado, los profesores, todos hombres, reconocieron los altísimos puntajes obtenidos por su alumna.

 

Fueron sus notas intachables las que le permitieron, después de 6 meses de estudios teóricos, realizar su práctica profesional en uno de los únicos dos talleres en Bogotá autorizados por la casa automotriz Citroën para realizar diagnósticos electrónicos y reparaciones. Allí, hace ya dos años, Karen comenzó a hacer realidad lo que hasta el momento era su meta más grande.

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Como se esperaba, su práctica profesional culminó con éxito. Por esa razón, Camilo Barreto, gerente del taller donde trabaja desde hace 2 años, no dudó en ofrecerle el puesto de coordinadora de mecánicos y asesora de clientes. “Yo estaba impresionado con lo pila que era Karen. Su manejo de los clientes era excelente y, en verdad, con 18 añitos sabía más de carros que muchos de mis mecánicos”.

 

Según datos de la CEPAL, poco más del 3% de las mujeres colombianas con trabajo laboran en el sector de transportes. La brecha es clara incluso desde la etapa universitaria: en el instituto universitario donde hoy en día cursa una tecnología en mecánica, Karen es la única mujer en una clase de 15 alumnos.

 

Aparte de las cifras, la experiencia de Karen también ha servido para constatar que los obstáculos a los que se enfrentan las mujeres en el sector automotriz son difíciles de sortear. Muchas de estas trabas, además, provienen de donde menos se espera. “Yo nunca he tenido problema con mis colegas. Pero otra cosa son los clientes. Ellos muchas veces creen que porque uno es mujer no sabe hacer su trabajo. Muchas veces -sobre todo las señoras- hacen mala cara cuando se dan cuenta de que yo soy la encargada de coordinar la reparación de sus carros”.

 

Y es que el prejuicio es extendido. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) realizada en 2015 por el Ministerio de Salud, Profamilia y la ONU, el 41,1% de los hombres y el 39,5% de las mujeres están de acuerdo con los estereotipos que históricamente se les han asignado a las mujeres. Alrededor del 40% de la población colombiana considera que la labor más importante de las mujeres es la de limpiar la casa, cocinar para la familia y cuidar a los niños.

 

Los estudios y una que otra experiencia negativa demuestran que ser una mujer mecánica es una prueba de resistencia. Y a esto hay que añadirle los juicios de valor que se hacen sobre las mujeres que se desempeñan en trabajos tradicionalmente masculinos. “Mucha gente piensa que por ser mecánica soy ruda, marimacha. Eso no es cierto. Yo tengo novio, me hago las uñas y me pinto el pelo”. De hecho, sin el uniforme del taller encima, Karen no levantaría sospecha sobre su trabajo.

 

A pesar de las adversidades, Karen tiene claro que la mecánica es su vocación y que vale la pena seguir en el sector. Pero eso no es todo: su idea es graduarse y adquirir más experiencia para, así, abrir un taller propio con su amiga Valeria, quien también se formó como mecánica en el SENA. “Queremos ahorrar y después conseguir un local. Ese es nuestro sueño”.

El 41.1% de los hombres y el 39.5% de las mujeres están de acuerdo con los estereotipos que históricamente se les han asignado a las mujeres.

De mecánica y otras cosas de mujeres

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Karen Tatiana Torres León es una mecánica egresada del SENA que rompe todos los estereotipos. Hace dos años comenzó su práctica profesional en un taller automotriz de alta tecnología y hoy en día coordina las labores de nueve de sus colegas, ocho de ellos hombres.

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Por: Felipe Uribe

El senado, una entidad siempre desigual

 

Por: Verónica Alcalá y Sebastián Solina

Contra-danza

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Felipe León es bailarín contemporáneo desde hace seis años. La danza le ha enseñado a encontrarse y a sentirse a sí mismo. Felipe nos cuenta qué significó para su familia, sus amigos y su trabajo ser un hombre que eligió bailar.

 

Por: Efraín Rincón y Christian Arévalo

El escenario político colombiano es un claro ejemplo de cómo, históricamente, las mujeres han sido excluidas de la toma de decisiones trascendentales para el país. En la Asamblea Nacional Constituyente de 1954, promovida por el general Gustavo Rojas Pinilla, solo dos mujeres ocuparon puestos en el proceso. Las elegidas fueron Esmeralda Arboleda y Josefina Valencia Muñoz, dos activistas políticas del Partido Liberal que lideraron el movimiento sufragista de Colombia.

 

Solo hasta 1958, luego de triunfar en la implementación del voto femenino en el país, Esmeralda Arboleda llegó al Senado y se convirtió en la primera mujer en ocupar una silla en el recinto. Sin embargo, la participación política de las mujeres en el Senado siguió siendo escasa.

 

Las cosas mejoraron levemente luego de la constitución de 1991. Esto, gracias a que los movimientos políticos independientes que surgieron después de la apertura democrática, le dieron un espacio significativo a la mujer. Nombres como Claudia Blum (quien en 2005 sería la primera presidenta del senado), Piedad Córdoba y María del Socorro Bustamante, empezaron a tener peso en los debates de control político y votación en proyectos de ley.

En 2006 las mujeres logran consolidar una bancada conjunta y apoyar leyes que les dan garantías democráticas y las protegen contra todo tipo de violencia ejercida por la sociedad. Un ejemplo de esto es la ley 1257 de 2008 que previene y castiga todo tipo de violencia contra las mujeres. Esto, junto con la votación conjunta de las mujeres en otros proyectos de ley, llevó a que en 2011 se creara una Comisión para la Equidad de la Mujer. Durante este periodo, se resaltan mujeres como Dilian Francisca Toro, Nancy patricia Gutiérrez, Gina Parody y Martha Lucía Ramírez.

 

Para las últimas elecciones legislativas (2014-2018), las mujeres lograron un 23% de las curules en el senado, un número histórico, pero que proporcionalmente aún es muy desigual. Actualmente, Senadoras como Claudia López, Paloma Valencia y María del Rosario Guerra son protagonistas en el debate político nacional e, incluso, se perfilan como candidatas presidenciales.

 

La siguiente línea de tiempo muestra la evolución de la participación política de la mujer en el senado y los proyectos de ley más importantes que fueron votados por la bancada femenina.

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