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El “rayo marica”, un poder que transgrede lo políticamente correcto

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Todo es rosa, o lila, o azul cielo, o amarillo, o cualquier color pastel que exprese feminidad. Pero no es una mujer quien protagoniza esta historia; es La Zay, un hombrecito gay que enfrenta al mundo con su único poder: el “rayo marica”. Su creador es Zay Cardona, quien carece de pudor para hablar de homosexualidad, heterosexualidad, relaciones sexuales, amistad, amor. Con Mariquismo Juvenil este paisa se burla de todo lo que lo rodea. La corrección política no está en su vocabulario.

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Por: María Fda. Cardona

En el patio de una casa vieja de Teusaquillo –tan vieja como para tener patio exterior– se lleva a cabo un evento de diseño independiente. Venden ropa y accesorios, estampan camisetas y hacen tatuajes flash –escoges el diseño y pagas $50.000–. La entrada cuesta $5.000 y dan una cerveza –la mía, lastimosamente, estaba al clima–. Es un poco más de las cinco de la tarde y estoy buscando a Zay Cardona, el creador de Mariquismo Juvenil, un cómic en el que se retrata la vida de La Zay, un hombrecito bigotudo que combate la homofobia con su rayo marica. Zay —el de la vida real— tiene menos cabello y no usa bigote, pero por lo demás se identifica con su personaje: ambos intentan transgredir la heteronormatividad y se burlan tanto de la homofobia como de la homosexualidad.

 

Zay nació en Medellín, hace dos meses vive en Bogotá y tiene 23 años. Aunque a los 16 “salió del closet”, fue a los 20 cuando aceptó que era un hombre femenino. Estudió diseño gráfico en la Colegiatura Colombiana en Medellín, gracias a una beca dada por el Fondo EPM, y hace un año comenzó con Mariquismo Juvenil. El humor para él es una herramienta política con la que busca transmitir mensajes que diviertan y enseñen. De ahí que con La Zay no solo se burle del machismo, sino también de la homosexualidad y de sí mismo: “Si tú no te ríes de ti, ¿cómo putas te vas a reír de los demás?”, dice.

 

Y es que la discusión al respecto es larga, pues el humor es un tema controvertido y coyuntural: en La FILBO 2016 la escritora Carolina Sanín criticó a Matador por hacer un chiste, de sí mismo, usando la palabra “violación” –“A mí una modelo de Soho me amenazó con violarme y yo la denuncié”, dijo el caricaturista. Hace pocos días Daniel Samper Ospina en su columna de Semana se burló del nombre Amapola, el cual lleva la hija de la senadora Paloma Valencia,  –“A la salida todavía nos temblaban las piernas de la emoción y yo traté de acercarme para la foto con la doctora Paloma, pero ya se iba para la casa a ver a la niña. Dios mediante la cuide y busque el varoncito para quedar con la pareja. Le podría poner Opio”, dice, entre otras cosas, el artículo–, chiste que fue criticado y por el que se ganó que el ex presidente Álvaro Uribe Vélez le dijera, en su cuenta de Twitter, “maltratador de niñas recién nacidas”. Y yendo un poco más atrás y con consecuencias más graves, en 2015 el semanario Charlie Hebdo fue atacado por Yihadistas tras reiteradas publicaciones en las que este se burlaba del profeta Mahoma.

 

Todo esto pone sobre el tapete la pregunta por los límites del humor.

 

Lo anterior crea el fenómeno de lo políticamente correcto, que no es más que establecer temas intocables para los humoristas, como la homosexualidad, el feminismo, la infancia, las minorías raciales y las creencias religiosas. Así, desde esta óptica, los chistes sobre mujeres son vistos como misoginia, sobre gays como homofobia, sobre negros como racismo, sobre transexuales como transfobia, sobre hombres como “feminismo trasnochado” (tal y como le dijeron a Carolina Sanín, en la FILBO del año pasado, que era su feminismo). El comediante Jim Norton, sobre lo anterior, dice que nos hemos convertido en una sociedad de niños donde cada vez que alguien habla de algo que no nos gusta, prendemos un botón de alarma. Y el filósofo Roberto Palacio, en La adrenalina de la indignación, nos pide que consideremos los ámbitos de la vida que ahora son inaccesibles a la risa: “La insufrible solemnidad de los economistas, la agelastia de las feministas”.

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Zay no es de los que cree que hay ámbitos de la vida inaccesibles a la risa. Para él, “el humor no es para tomárselo como algo personal. Soy partidario de que todo el mundo puede expresar lo que quiera en redes sociales y puede hacer humor sin ser censurado”. Esto me lo dice mientras estamos sentados en una banca de parque cerca a la casa del evento. Sus movimientos son femeninos y deja claro que el rosado no es solo para La Zay: usa una camiseta de este color con dibujos de huevos fritos, una chaqueta fucsia, un choker de tira transparente y taches, jean entubado y zapatos de plataforma plateados y brillantes. Y mientras sostiene un cigarrillo explica que “Mariquismo Juvenil pretende entretener y educar. Es una burla hacia el machismo y hacia mí mismo (lo que incluye una comunidad). Se trata de hablar de lo que pasa a mi alrededor mientras hago una crítica social”.

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Una escena de la vida de La Zay puede resumirse así: un hombrecito con corte hongo, ojos grandes y abundante bigote que casi siempre está vestido con colores pasteles y que va por la vida siendo el centro de atención porque rompe con los roles tradicionales de género –que un amigo le diga que ahora que es gay no comience a vestirse como mujer o que siempre cuando juega Super Mario en Nintendo le digan que tiene que ser la princesa Peach porque “ella es muy gay”– y lanzando el rayo que todo lo feminiza. Pero Zay también ha sido víctima –uso esa palabra aunque él me dejó claro que la odia– de lo políticamente correcto. Hace unos meses publicó una imagen donde La Zay decía que “hubiera preferido ser violado” que aplicarse Benzetacil (penicilina). La consecuencia fue que grupos feministas denunciaron la publicación en Facebook alegando que promovía la violación. Días más tarde, Zay cambió el diálogo:

 

          —Ay, pero qué niño tan flojo. Sí, el Benzetacil duele pero tú gritas como si te estuviera metiendo mi verga de 25 cm por el ano como si no hubiera mañana (obvio con tu permiso), dice el enfermero.

 

          —Hubiera preferido eso, responde La Zay.

 

De nuevo, la imagen fue denunciada. Pero las cosas no pararon ahí: la cuenta de Zay fue reportada masivamente y eliminada por Facebook. El resultado: Zay creó otra cuenta y la experiencia de La Zay con el Benzetacil no volvió a ver la luz del día.

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Todos los machismos y cuestionamientos de roles que están en la vida de La Zay, Zay los apropió y los redefinió. Por ejemplo, dice que no le importa que le digan maricón –no es casual que su cómic tenga el nombre “mariquismo” y que su poder sea el “rayo marica”–, pues se trata de volver humor a todo eso que lo ataca. “Es una palabra que se dedica a denigrar a alguien por su condición de feminidad en lo masculino, pero que yo la amo porque es una forma de disidencia sexual. Yo soy consciente de mi identidad de género y adoptó una palabra que me vilipendia, pero la utilizo para sentirme orgulloso de que no encajo en una normalidad. Maricón, para mí, tiene carga política”.

 

Pero no todo el mundo piensa como Zay. Por ejemplo, tras lo sucedido en la Universidad de los Andes a Carolina Sanín, profesores del departamento de psicología sacaron un comunicado donde condenaron el humor sexista u homofóbico: “Tomar en serio los chistes con connotaciones sexistas u homofóbicas es fundamental para comenzar a transformar las normas sociales que sustentan la violencia basada en el género”. De manera que el humor es comparado con la ofensa, tal como le dijo Carolina Sanín a Semana: “Hay un ‘bromismo’ chabacano, que se confunde con la frivolidad y el sadismo. Es muy elemental, poco original y poco creativo y, por lo que he visto, se limita al remedo, a la ofensa por la ofensa”. O como escribió en su cuenta de Facebook tras el incidente con Matador: “Chabacanería no es automáticamente humor, aunque en este país de cuentachistes y gracejos en las paredes de las fondas paisas nos hayan dicho que sí”.

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Para Daniel Samper Pizano, como dijo en un discurso en la Universidad Central refiriéndose a lo sucedido con el semanario Charile Hebdo, las posturas de lo políticamente correcto “procuran hacerles exodoncia a los colmillos y manicure al tigre del humor; quitarle fuerza a su mordida, limitar sus garras, despojarlo de toda arista que pueda herir alguna susceptibilidad y ofender mínimamente al otro”. Es de esta manera que lo políticamente correcto nos dice que no hablemos de “pobres”, sino de “población en condición de vulnerabilidad”, o que no hablemos de “negros”, sino de “afrodescendientes” (al respecto, Samper Pizano se pregunta, a modo de chiste, si en lugar de decir “¿Qué será lo que quiere el negro?”, deberíamos decir “¿Qué será lo que quiere el afrocolombiano?”).

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La discusión es larga, pues es verdad que las minorías han tenido que luchar arduamente por sus derechos, por lo que el humor puede verse como una forma de discriminación que reproduce los estereotipos: que las mujeres son débiles, que los gays son peluqueros, que los negros solo sirven para cargar cosas. No obstante, esto choca con la exaltación de la libertad de expresión característico de las sociedades liberales. La risa, entonces, parece ser un arma de doble filo y contradictoria: libera las tensiones sociales al mismo tiempo que las agudiza. En la banca del parque, Zay me dice que hay que reírnos de los chistes, pero también analizar qué hay detrás de eso: “¿Hay machismo, misoginia, homofobia? ¿O solo es una mirada despreocupada de alguien que se quiere reír?”.

 

Y es que el machismo ha estado presente en la vida de Zay. Sin embargo, procura reírse de ello y utilizarlo para nutrir su discurso y reafirmar su posición. Por ejemplo, cuenta que entre la misma comunidad gay hay quienes se sienten superiores por ser activos y denigran a los pasivos porque son los que cumplen el rol de mujer en la relación sexual. Él responde a eso vistiéndose de mujer –como hizo en su grado de la universidad al que asistió con falda y blusa–, con La Zay y aceptando que lo femenino no es mejor ni peor que lo masculino. Pero quizá hay un evento que más recuerda: cuando tenía 7 años era un niño que amaba a Shakira e imitaba su baile. Sus movimientos eran ornamentales y femeninos. Pero un día su mamá regañó a su hija por enseñarle esos pasos al niño de la casa, pues él debía ser un varón. “Esa frase, ‘él es un varón’, se me quedó metida en la mente. Toda la vida la he tenido presente. Es machismo que te digan que no puedes tener un movimiento femenino porque eso es de mujeres”, dice. Pero quizá el rayo marica de La Zay tocó a los padres de Zay, pues pasaron de decir frases como sacadas de El gran varón, la canción de Willie Colón, a aceptar y apoyar a su hijo.

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Zay prende otro cigarrillo, nos paramos de la banca y, mientras caminamos, continuamos conversando sobre La Zay. Entramos al evento, reclamamos nuestra cerveza, miramos accesorios, compramos collares –yo un chocker negro con un corazón y él uno de fantasía plateada– y hablamos sobre sus posiciones políticas –que le gusta el feminismo, pero no ese donde la mujer se cree superior, que no es de derecha, pero tampoco de izquierda...– hasta que una frase sale de su boca y finaliza el tema:

 

          —Tienes razón, odio los extremos.

Los imaginarios y las representaciones de género en las redes sociales

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Por: Enrique Trheebilcock y Maria José Castaño

Existen imaginarios colectivos y códigos visuales sobre lo que debe representar una mujer y un hombre, y todo aquello que se salga de las normas es castigado con burlas, reproches, o, con el máximo indicador de desaprobación en el mundo digital: el silencio. Para demostrar este arraigo que existe sobre los roles, decidimos realizar un experimento: tomar una serie de fotografías en las que un hombre heterosexual asumiera poses que socialmente están  asociadas a las mujeres. Las imágenes fueron publicadas en el Instagram personal de Enrique Trheebilcock, quien hace parte del equipo de trabajo de este especial, para conocer las reacciones de la gente. Además de recolectar los comentarios en su propia red, usted podrá escuchar en un podcast lo que diferentes personas piensan sobre estas publicaciones.

 

 

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Sobre el micromachismo en redes

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Las redes sociales también son un espacio donde se representa nuestra realidad. En esta galería podrá ver algunos memes que reproducen los estereotipos a los que por años se les ha sometido a las mujeres. Aunque no todos son creados en Colombia, fueron compartidos y divulgados en cuentas colombianas.

Los imaginarios y las representaciones de género en las redes sociales - Enrique Trheebilcock y Maria José Castaño
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